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Philanthropy en nueva Colombia


Mi cara se está desprendiendo de mi cuerpo.


“Entendemos que la situación en las últimas semanas ha sido crítica para todos. ¡Para nosotros no ha sido distinto!”.


El peso de los tubos, los cables y el resto de chatarra que se aferraba a mi cara ya me hacía imposible reconocerme al espejo. O mirarme en él siquiera.


“Hemos reunido a los ingenieros y diseñadores más destacados de la comunidad para proponer una solución a las dificultades que se han venido presentando”.


El peso me obligaba a mantener la cabeza baja la mayoría del tiempo, pero era un peso que no me podía quitar de encima.


“Philanthropy es la salvación y el futuro para la raza humana”

Irónicamente, el peso extra era una forma de mantener la cabeza en alto frente a quienes buscaban aprovecharse de mí.


“¿Qué debes hacer? ¡Es muy fácil! Preséntate en la sede de Philanthropic con tu documento de identidad y recibe tu dispositivo sin costo alguno”.

Hipócritas. Lo último que representaba Philanthropy era la filantropía misma; sólo era otro intento de desocupar los bolsillos de quienes no tienen para seguir llenando aquellos que están a rebosar.


“Philanthropy es principalmente un filtro de aire y luz, que fue diseñado para cuidar al ser humano de las difíciles condiciones ambientales a las que nos enfrentamos en el presente”


Está bien, eso no era exactamente una mentira; el planeta era un caldo hirviente y radioactivo de enfermedades desde que la guerra bionuclear se desató. Ahora quienes la ocasionaron buscaban de forma desesperada salvar a los pocos humanos que quedaban vivos, pero al hacerlo les arrebataban su humanidad.


Philanthropy nunca fue opcional; al principio no quería que me colocaran el aparato. El objeto daba miedo a primera vista y yo apenas tenía 9 años, pero mi tía, la única persona que me quedaba en ese entonces, logró convencerme con palabras esperanzadoras. No entendía por qué sentían la necesidad de salvar a quien no quería salvarse pero años después me resultó bastante claro; Phily no era ninguna salvación, sino una agonía alargada.


“¡Phily será tu mejor compañía por el resto de tus días!”


Eso era lo que decía el comercial de 2039 que promocionaba a Phily cuando apenas comenzaba a implementarse. Me gustaba escucharlo de vez en cuando para recordarme el cinismo detrás de todo el proyecto. Me indignaba y me llenaba de ira recordar todo el asunto, como si mi rostro deformado no fuera suficiente recordatorio para mí.


Honestamente no entendía bien por qué lo hacía, pero supongo que sentir cualquier emoción me recordaba que yo era un hombre, y no otro dispositivo más.


“Ya cállate” Le dije a Philly. El aparato no tenía más opción que obedecerme después de haberlo reprogramado para cooperar, sin importar si usaba palabras “adecuadas” o no. Eso era a lo que muchos habíamos tenido que recurrir luego de que supiéramos que las actualizaciones y el mantenimiento de Phily eran servicios pagos: las modificaciones caseras. Me negaba a pagar por algo que jamás pedí y jamás quise.


“Como mandes, Pipe.” Dijo Philly a modo de chiste; desde que le di una personalidad más humana decidió dejar de llamarme por mi nombre real y empezar a ponerme apodos.


“Ya te dije que no me llames así. A veces me arrepiento de haberte expandido”. En realidad disfrutaba sentir que le estaba jodiendo la vida a alguien, aunque sabía que la máquina no podía sentir.


“Sabes que puedes deshacerte de mí si quieres”.


“Dije que te calles”


Hace varios años mi dispositivo Phily había comenzado a fallar. No es nada raro; se supone que deben cambiarlos o por lo menos revisarlos semestralmente, pero aún para quienes tenían el dinero era difícil acceder a dichos servicios, pues los países latinoamericanos estamos entre los menos prioritarios para quienes están encargados de revisar estos benditos aparatos.


No puedo decir que Phily no nos ha traído ventajas, pero tampoco nos ha hecho la vida perfecta, así las naciones más privilegiadas quieran fingir que sí. Desde que a las regiones geográficas les fueron asignadas las tareas para contribuir a este intento hipócrita de comunismo globalizado, en Nueva Colombia hemos tenido problemas intentando organizarnos y adaptarnos a este sistema que nunca nos preguntaron si queríamos implementar.


Nuestras tareas asignadas fueron la producción de combustibles, ganado, café y flores, pero desde que Antioquia y Risaralda se independizaron después de la guerra civil y pasamos a llamarnos Nueva Colombia las producciones han decaído significativamente, y los encargados nos han llamado la atención múltiples veces. De nuevo, jamás nos preguntaron si queríamos esto, y tampoco es nuestra culpa haber perdido un sector geográfico importante para las tareas...


Ok, tal vez sí lo es, pero nadie se atreve a hablar de eso. Así como nadie habla de la pérdida de San Andrés y Providencia contra Nicaragua hace varios años; nadie les prestaba atención sino hasta que querían salir de vacaciones y se indignaron por unos días al haber perdido su descansadero y luego se olvidaron del tema de nuevo.


Todos estamos demasiado preocupados por nosotros mismos, en un mundo donde se pretende trabajar por el colectivo humano. O esa era la impresión que tenía, cuando Philly comenzó a fallar. A nadie le importaba si tu dispositivo funcionaba bien o no, mientras que el de ellos cumpliera sus funciones. Cuando algunos no podíamos seguir accediendo a servicios de actualización y mantenimiento, encontramos la forma de modificar por nuestros propios medios las máscaras, agregando o quitando componentes, físicos y virtuales.


La desventaja de las modificaciones era el peso agregado a los aparatos. Al estar incrustadas en el rostro de las personas, casi como extensiones de la carne misma, las máscaras me hacían pensar “mi cara se está desprendiendo de mi rostro”. Me recordaba a la nada agradable imagen de las víctimas de la guerra nuclear, a las que se les desprendía la piel del cuerpo. Desde que entendí como hackear a Phily, me he dedicado a compartir lo que sé con aquellos quienes lo necesitan, así que de vez en cuando me reunía con miembros de la comunidad que ya no podían seguir pagando por sus servicios. Por la causa me condeno a esperar el ascensor por 15 minutos y esperar otros 10 minutos dentro de él para bajar.


Luego de que la ley Novo-Colombiana prohibió la mera existencia de casas de menos de 5 pisos debido a la alta población, los edificios se han alzado comúnmente por encima de los 30 pisos. Los que llegan a ser más altos que eso suelen estar desocupados desde el 30 hacia arriba, pues ¿quién se iba a imaginar que la guerra nuclear iba a acabar con más de la mitad de la población?.


La política en Colombia y Nueva Colombia siempre fue incompetente de todas formas. En un acto de lucidez hace unos años, los partidos políticos más grandes decidieron disolverse en pro de incluir a Nueva Colombia en el plan Philanthropy, que funciona como un mega-estado federal.


Volviendo al tema, de todas formas jamás había logrado conseguir un apartamento en un piso más bajo que el 26 y siempre había detestado hacer deporte, así que me condenaba a la casi media hora de espera. Se sentía bien serle improductivo al sistema de vez en cuando, para en cambio pasar a ser productivo a los miembros de la comunidad.


Salía a respirar el aire de libertad personal, en vez del aire libre, pues el aire también había sido condenado por el intento de llevar el ritmo en la extracción de combustibles y la ganadería industrializada. Fue lo primero que recordé al salir y darme cuenta de lo pesado que se sentía respirar. Un acto tan vital, se sentía innatural gracias a las pretensiones de los de arriba.


Sabía que lo que hacía era ilegal, pero la ley y la moralidad dejaron de llevarse bien hace tiempos. Sabía que arriesgaba mi vida, pero estaba genuinamente intentando salvar a aquellos que todavía encontraban un motivo para vivir. De todas formas, este mundo no vale la pena ser habitado. No por nada una de las últimas noticias que recibí de Philly antes de fallar la primera vez, fue el alza exponencial en la tasa de suicidio a nivel mundial. Tal vez Philly se había suicidado y por eso dejó de funcionar. Qué lástima que lo traje de nuevo a seguir sufriendo.


“¿Phily?” dije a través del filtro. La suciedad acumulada hacían a mi voz sonar constipada y casi robótica. Era adecuado considerando cómo lucía.

“¿Pipe?”. Respondió la máquina.


“¿Has intentado suicidarte antes?”.


“No entiendo tu pregunta, lo siento”. Era su respuesta favorita de todas.


“Jódete, Filiberto. Sé que me entiendes, y sabes que lo sé, y sé que lo sabes”.


La máquina se calló por unos momentos, casi como si estuviera pensando. La hija de perra aún no parecía comprender que no podía engañarme.


“No estoy vivo, no puedo morir”.


“Mierda...” Nunca antes hasta ese momento había sentido genuina lástima por una máquina. Pero en ese momento fui capaz de llorar a través de la máscara mientras pronunciaba “lo siento mucho, Phily ”.

 
 
 

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